Aquel hombre, ya
maduro en edad tomó su bastón, su gabán y su boina. Acostumbrado a su soledad,
decidió deambular por las heladas calles de aquel pueblo. Se detuvo a observar
a unas familias que iban transitando por allí mismo. A su lado se detuvo
Virginia, también con la misma soledad que lo acarreaba a él, además una mujer
igualmente madura en edad y en belleza, y su espíritu tan libre y tan
espontáneo, lo tomó del brazo y lo llevó a un café. Aurelio asombrado por su
belleza y la impresión de paz que le transmitió, se dejó seducir por el momento.
Caminaron un par de cuadras y entraron a un bar. En una simple pero radical
frase, él recordó lo que era vivir. Fueron tan sólo 20 minutos los que estuvo
con aquella mujer, pero tantas sensaciones las que vivió que no quería que el
momento terminara. Cuando finalmente terminó la charla, Virginia le confesó que
ella era la soledad que le pedía a gritos salir, vivir de nuevo, tener
amistades, reír, llorar, sin importarle lo que dijeran otros. El hombre
asombrado pero con una sonrisa de satisfacción, escuchaba atento y tomando nota
de todo lo que le decía su interior encarnado en aquella hermosa mujer
No hay comentarios:
Publicar un comentario