Aquel condenado a muerte no le importó cometer un
último crimen antes de morir. Todos los días obervaba a uno de los presos que
se jactaba así mismo de ser pastor, día a día proclamaba en sus oraciones que
aquellos que eran inocentes y que estaban siendo juzgados sin una justa causa
pronto saldrían en libertad, porque la justicia así lo demandaba, tanto la
divina como la territorial. El día de su ejecución se levantó más temprano de
lo normal, fue a su celda y mientras dormía lo ahorcó con el cordón de su zapato,
dejándole una nota en su pecho. ¿Conoces la justicia? Absolutamente nada es
justo en esta miserable vida. Fue así como todos quedaron en paz, tanto el
condenado a muerte, como aquellos que estaban condenados en vida a escuchar a
aquel que se autonombraba pastor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario